Y por fin estábamos subiendo el Portalet, en una tarde lo suficientemente despejada como para poder ver el Midi con cierta claridad. Había estado ya en estos rincones pero una vista como ésta no la había tenido nunca, así que nos bajamos del coche para poder sacarle una fotos.
Pronto nos pusimos a organizar el material y a llenar la mochila para los dos o tres días pensados que íbamos a estar en el refugio de Pombie. Nuestra intención era subir por la cara norte del Midi, su cara más accesible, y saber en que condiciones se encontraba para que en un segundo día realizar una escalada por su cara sureste y descender por su cara norte. Lo que no sabíamos muy bien era lo que nos podría esperar después de haber realizado la escalada, puesto que todas las vías de la cara sureste a pesar de que son vías largas, no llegan a cumbre y todavía quedaría bastante para acceder a ella.
Nuestra vía pensada era la “Sureste Clásica”, un legendario recorrido abierto por los hermanos Ravier, allá por los cincuenta, buscando las debilidades de la pared sin dejar por ello de ser de las vías más estéticas del Midi. Una vía larga, que me ofreció las más variada de las escaladas que tuve hasta el momento, en ella se combinan desplomes, diedros, chimeneas, fisuras y las placas más variadas en una fascinante armonía que pone en juego todos los músculos y capacidades motrices del cuerpo. Un recorrido impresionante y lógico que ofrece ciertas dosis de incertidumbre con la consecuente capacidad de decisión.
La mañana se descubrió estable y despejada aunque anunciaban mal tiempo para ese día. El buen tiempo nos dio la confianza de querer realizar nuestro objetivo, quizás el exceso de ésta misma sustentada en un buen amanecer y nuestro buen estado de forma hizo que optáramos por la escalada de la “Sureste Clásica” sin haber subido por su cara norte. Estábamos tan cerca de la pared que fuimos débiles a nuestros impulsos escaladores.
Reorganizamos el material y nos lanzamos a la base de la pared al tiempo que las condiciones meteorológicas iban empeorando. En mis ojos solo estaba la vía, con su silueta y sus caprichosas curvas.
Una vez llegado a la base y viendo que el tiempo iba empeorando, a votación decidimos ir escalando con la posibilidad de bajarnos cuando lo viéramos oportuno. Se divisaban a lo lejos tormentas que de un momento a otro se nos podían echar encima.
Dicho y hecho, emprendimos la escalada poco a poco, adaptándonos a esta roca tan extraña y a la vez tan elegante. Una roca volcánica, parecida al granito con su superficie pintada con líquenes de color verdoso que hacia desconfiar de su adherencia, pero bajo su apariencia nos mostraba una roca sólida y de buenos agarres. Una escalada que en todo momento nos hacía esgrimir la cabeza par superar cada paso de la forma más eficaz posible. Apoyos de pies, de rodillas, de culo, de barriga, de codos, etc..., movimientos insospechados que hacían de la escalada un baile acrobático al son de las directrices del Gran Pic.
Buscábamos las debilidades de la pared, buscábamos las grietas y fisuras, los sitios más apropiados para ir asegurándonos y poder ir progresando hasta el momento en que nos íbamos olvidando del suelo y nuestro mundo era el mundo de la vertical. Nuestro sitio estaba allí, me sentía cómodo, arropado, protegido y mi concentración era tal que no fui consciente de las gotas de lluvia que me cayeron en un largo y de las horas que iban pasando disimuladamente. Para mi el tiempo se había parado, solo estábamos nosotros y la pared, que nos iba ofreciendo sus encantos, sus sorpresas, sus regalos. En cada largo me enseñaba una cosa nueva, queríamos escalar más y más. Estaba aprendiendo.
El día estaba con nosotros, las tormentas iban pasando a nuestro lado desviando su rumbo de forma respetuosa, sin tocarnos o dejándonos débiles gotas de agua para hacernos conscientes de sus presencias.
Los minutos iban pasando y la claridad del día iba disminuyendo. Ya no importaba tanto la vía, seguíamos subiendo grietas y fisuras que salía a nuestro paso como si estuviéramos hipnotizados queriendo progresar más y más hasta el punto que el terreno ya había perdido sus dificultades y nos presentaba sus formas más suaves. Pero estaba anocheciendo. Llegamos a chimeneas que ya no hacía falta asegurarse y nuestra decisión fue la de ir rapelando desviándonos hacia el norte creyendo que sería un terreno menos vertical. La noche se iba haciendo cada vez más obvia y la temperatura iba disminuyendo, el cansancio se iba apoderando de nosotros y los rápeles cada vez eran más inseguros. La incertidumbre y el miedo estaban más que presentes.
Después de haber realizado cuatro rápeles muy lentos, ya que teníamos que buscar a oscuras los sitios más apropiados para poder asegurar el descuelgue, decidimos quedarnos a dormir en una repisa inclinada anclados a la pared. Una gran noche acogedora dominada por el insomnio y el frío, digna de recordar para toda la vida. En mis pensamientos el único “sueño” que tenía era ver aparecer los primeros rayos del sol. La espera fue eterna...
A las seis de la mañana ya veíamos aparecer el sol por detrás del Pico Palas y nuestros músculos mermados iban cogiendo tono. Las pocas fuerzas que tenía se iban agotando ya antes de realizar el primer rápel recogiendo las cuerdas que parecía que pesaban toneladas. Poco a poco el suelo parecía que quedaba más cerca y en el último rápel casi nos peleamos por evitar quedarnos el último en bajar.
Una experiencia compartida con Damián y Javi y pienso que es la mejor para aprender dos cosas fundamentales. Cuánto valen dos chocolatinas, pero para la próxima vez espero llevar más comida y más abrigo para meterme en una pared como ésta. La segunda es que nunca hay que subestimar una vía, preparar muy bien su escalada y su descenso.
No hay aventura sin riesgo, ni experiencia de la que no saques una lección. La verdad que la montaña en general de lecciones en cada momento, pero parece que las que más se nos graban en la memoria son aquellas que nos las hacen pasar, vamos a decir, más canutas. A mí me ha pasado más de una vez. Eso sí, no las cambio por nada del mundo. Siempre he aprendido más de experiencias al límite que de las buenas (vamos a decir que son las que te hacen agudizar los sentidos). Aunque también he de confesar que prefiero las buenas, jeje.
ResponderEliminarLa moraleja ye que aún a día de hoy armamos cada una... y nos metemos en cada envolado... jeje.
Un relato muy guapu Rober. Y el Midi, un mundo. Tengo ganas de volver.
Un abrazu.
Muches gracies Odón!!Estes aventures son les que molen y la verdad que se echan de menos...
ResponderEliminarNos vemos!!
Muy chachi Rober. Chachi que si. Toda una aventura, como la vida misma. Da gusto leerte chaval. Seguro que tendrás mas en la mochila.
ResponderEliminarUn saludo.