domingo, 30 de mayo de 2010

La fuerza del destino (Tercera parte)


Salimos por la noche con la luz de los frontales siendo parte de ese gusano que parecía infinito. Era como una cadena humana donde todo país tenía su representación. Recuerdo que estuvimos mucho tiempo detrás de una cordada, cómo no, de japoneses. Una cordada de mínimo ocho japoneses, que incluso alguno no llevaba crampones, no por no ponerlos si no por no tenerlos. Iban realmente fastidiados, por no decir otro calificativo.
Era una madrugada fría, muy fría. Con mucho viento. Se podía preveer que iba a ser un día un poco duro.
Recuerdo que salimos muy motivados. Con muchas ganas. Nos encontrábamos fuertes o eso creíamos. El paso era firme sin notar el cansancio. Se podía ver mucha gente que paraba cada ciertos pasos a coger aliento y era este detalle el que reforzaba mi consideración de estar medianamente bien porque apenas notaba el cansancio. Mi objetivo era hacer lo que habíamos pensado. Sabíamos que iba a ser un actividad realmente larga y el cuerpo se preparaba para ello. No se podía notar el cansancio en apenas dos horas de pateada.
Ya, en la falda del Tacul, una vez superada la pendiente más fuerte, arriba en el collado, nos desviamos para hacer cumbre. El viento tiraba con fuerza y estaba muy frío, había ventisca para que el acontecimiento se pusiera más interesante, además, seguía siendo de noche y no se veía un carajo.
Una vez desviados para subir el Tacul, estábamos completamente solos. Ahora me viene a la cabeza el esfuerzo que me costaba para vocalizar y poder decir dos palabras. Era duro hablar, tenía todas las partes de la cara congeladas, se podían ver unos minúsculos carámpanos emergentes de las fosas nasales y costaba cerrar los ojos con las pestañas rígidas. El forro polar parecía de cartón piedra y las piernas las tenía anestesiadas. Miraba para Lorena y estaba como yo, mal de muchos (nosotros dos), consuelo de tontos...
Llegamos a una parte rocosa con hielo, siguiendo las huellas ya que todavía no se veía nada, trepamos hasta salir de nuevo a otra parte de nieve que imaginamos que fuera la cumbre, pero estaba realmente tan frío allí arriba que dimos la vuelta como balas para coger de nuevo el camino hacia el Maudit. Cuanto más rápido fuéramos, pensaba, mejor para por lo menos no tener tan fríos los músculos.

Ya empezábamos a ver gente en el camino que llevaba hacia el Mont Blanc, pero lo extraño es que la dirección que llevaban era hacia el refugio y no hacia arriba. Pensé que la gente le pasaba lo mismo que a mi, que tenía la boca congelada, porque se dirigían a nosotros y yo no entendía nada. Bueno, también podría ser porque hablaban en inglés o en francés y la verdad que tampoco entiendo mucho. Bueno, sería la suma de las dos cosas, dejémoslo así...
Seguíamos el rumbo propuesto. Yo, ya ni hablaba, porque me había dejado la boca en la cumbre del Tacul, había visto un japonés marcharme con ella corriendo, ja ja ja!!
La gente iba en dirección contraria, ¿nos abríamos confundido nosotros y pudiera ser que estuviéramos bajando realmente? NO!! Somos españoles y encima asturianos. Pa cabezones nosotros o pa .... los nuestros. En fin, que seguíamos pa riba, los más tozudos, hasta encontrarnos con unos catalanes, también tozudos, que debían ser de los últimos en bajar. Claro, españoles también. Estoy en la duda de que fueran vascos o catalanes, pero bueno, tampoco tiene impotancia.
Nada más vernos nos comentaron que era casi imposible seguir hacia arriba. Que había mucha ventisca, mucho frío y que se había borrado el camino. Total, que no merecía la pena, era arriesgado.
Sinceramente, creo que nos lo estuvimos pensando bastante tiempo el seguir subiendo. Pensándolo bien, no sabíamos donde podíamos dormir esa noche, ni si teníamos la capacidad de realizar un segundo intento al día siguiente y para colmo teníamos poca comida. Pero la realidad era la realidad y no estaba el tiempo para seguir hacia arriba por muy fuertes que estuviéramos. Cuando todos los guías se dan la vuelta será por algo...
Tristemente dimos la vuelta, a muy pesar mío. Destrozado. Me hervía la sangre dentro. No podía comprender que estando tan cerca de nuestra meta, de haber tenido unos días tan fantásticos, de sentirnos tan bien aclimatados, de ver el Mont Blanc tan cerca..., ahora, el tiempo nos hiciera dar la vuelta. Tenía pensado depositar una pequeña parte de las cenizas de una persona muy querida en la cumbre del Mont Blanc y este gesto era el que sustentaba gran parte de mi fuerza. Me quedé vacío. Muy vacío.
Lentamente fuimos bajando la ladera del Tacul en dirección al refugio. Lentamente. La decisión fue la acertada, quería tratar de convencerme. Mi compañera estaba a mi lado y eso me consolaba.

Continuará...

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